El barco

Fotografía de Olaya Pazos
Quizás con el fin de que fuese lo único que se perpetuara en nuestra memoria, quizás porque las calles abotargadas de Shibuya o el trepidante traqueteo del metro no merecían tal honor, el caso es que en cuanto llegamos decidimos vivir en aquella proa en mitad de la calle que apuntaba con obstinación hacia un sur que nunca llegamos a alcanzar. 

Pronto descubrimos que contrariamente a lo que siempre habíamos pensado irnos resultaba dolorosamente fácil y por más que se agitaran algunos pañuelos y se derramaran algunas lágrimas en el aeropuerto en el fondo no era tan difícil, no necesitábamos más que un par de maletas livianas y echar a caminar. No teníamos que acarrear ninguna tragedia con nosotros porque, tal y como comprobaríamos al regresar, nuestro mundo seguiría como lo habíamos dejado: la tristeza campando por los bares, el asperón acumulándose en la calle, la esperanza hundida en el baúl bajo la ropa de invierno. 

Recuerdo de aquellos años en que, como tú decías, conquistamos Japón, las horas que pasabas en aquel rascacielos de Shinjuku y yo seguía por los camarotes de nuestro barco la reminiscencia de tu perfume y recuerdo también aquellos amaneceres o atardeceres –la misma luz compartían–, en que solía subir a cubierta para ver la migración de las nubes y escuchar el graznido de los cuervos, funambulistas sobre el tendido eléctrico que se afanaban en emular para completar nuestro sueño el lloriqueo de las gaviotas. 

Los viajes por la isla, las noches en los restaurantes del centro y los paseos por el parque se han quedado atrapados para siempre en los álbumes de fotografías que nunca hemos vuelto a abrir. En mi memoria tan solo quedan las horas en el barco, tú de pie con la corbata recta a punto de salir o recién llegado con algo de sake en la mirada y yo asomada a la ventana, observando el proceloso asfalto. 

Y por fin tu contrato expiró y todo allí se acabó y nos volvimos, volvimos con el silencio y un pronombre que es como regresan quienes se van un día sabiendo que volverán porque en el fondo, nunca dejaron el mar, nunca abandonaron el barco. 

Texto de David Barreiro

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