Tiempos difíciles

Foto de Olaya Pazos
Hay lugares que no albergan en su interior más que una luz lejana, el brillo de una estrella que tiempo atrás se apagó.
El esplendor es un eclipse, súbita y bella oscuridad, una tristeza esperada, una nostalgia por todos convenida.
Los barcos llegaban al amanecer y, como si aplaudieran, las contraventanas golpeaban la pared.
Las esquirlas caían entre los adoquines y algunos las recogían y las pegaban al oído para escuchar los secretos que ocultaban.
Las mujeres nunca salían a los floridos balcones, sino que se apoyaban en las cornisas de las ventanas, quizás porque eran sirenas y no querían que viéramos su cola plateada.
Sonreían, a pesar de que los hombres negaban con la cabeza y maldecían la escasa pesca.
Eran tiempos difíciles, decían, aunque nadie, ni los más viejos del pueblo, habían conocido los tiempos fáciles.
Pero ellas seguían sonriendo. Aunque sus hombres volvieran con las manos vacías, eran sus manos.
Hace años que ya no hay barcos ni pesca ni mujeres sonrientes.
De vez en cuando el tacón de alguna turista despistada se introduce entre dos adoquines y destroza un secreto.

Texto: David Barreiro

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